Agua de beber

Este texto publicouse en CLIJ. Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil  (nº 171, maio de 2004).

 

Antes de comenzar a escribir estas líneas, he puesto a mi lado un libro viejo y gastado que aprecio de un modo especial. El lomo, que algún día fue de tela azul, está ahora tan descolorido que ya casi ni se leen las letras doradas que indican el título y el autor: «Verne. La isla misteriosa». Algunas de sus hojas tienen en los bordes dibujos y garabatos hechos a lápiz. Marcas que, como las pinturas prehistóricas, remiten a otro tiempo; a un tiempo opresivo y gris, pues sé que están hechas por mí en los primeros años cincuenta, cuando yo era un niño.

Para cualquier persona, este libro sería un ejemplar de escaso interés. Pero para mí es un libro capital, porque era uno de los pocos que había en mi casa y, sobre todo, porque fue la novela con la que mi padre, quizá sin pretenderlo, me contagió su entusiasmo por las historias guardadas en los libros. Fue en sus páginas donde experimenté por primera vez la sensación de que a través de las palabras podía viajar por el tiempo y el espacio, y expandir el territorio sin límites de mi imaginación.

En esos mismos años, el norteamericano Ray Bradbury escribía Fahrenheit 451. Montag, el protagonista de esta novela, un bombero encargado de quemar los libros en una sociedad en la que leer estaba prohibido, explicaba con demoledora sencillez la razón que lo llevaba a arriesgarlo todo para continuar con su lectura clandestina: «Siento que detrás de cada libro hay una persona que me habla». Ahí están las palabras para nombrar el milagro que yo sentía al abrir La isla misteriosa o los libros que le siguieron.

Pero quien encontró las palabras exactas para explicar la intensidad del deseo que mi padre me contagiaba cada noche fue un hombre que vivía en Mondoñedo, a unos treinta kilómetros de mi casa. Se llamaba Álvaro Cunqueiro y, también en los años cincuenta, escribió que «el hombre precisa en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños». Beber sueños como quien bebe agua: no encuentro mejor manera de expresar la necesidad y el placer que explican la lectura.

Ahora, cuando ya han pasado tantos años, cuando los poderosos nos hablan de una globalización hecha a la medida de sus intereses, no puedo olvidar que fue en los libros donde descubrí mi primera, y más auténtica, globalización. Los sueños, las pasiones, los miedos, las risas: en los libros están todos los sentimientos y experiencias de las personas, de las que viven conmigo y de las que desaparecieron hace muchos años. Por eso vuelvo a las palabras de Bradbury, y a las de Cunqueiro. Yo no sé decirlo mejor, en ellas está la luz que lo ilumina todo.

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